Era imposible que Omar hubiese ido a cualquier lugar que no fuera casa. A 15 días de haber ingresado en el Ejército y después de dos de haber ido a visitarlo y no encontrarlo, Francisco Carrasco hizo la denuncia por la desaparición de su hijo. En medio de la decadencia económica, todo Cutral Có buscaba a Omar. El pueblo petrolero empezaba a sentir los coletazos de la ola privatizadora del presidente Carlos Menem (en 1992 había decidido desprenderse de YPF).
Quince días después, el 6 de abril de 1994, el cuerpo de Omar apareció a 700 metros del edificio del cuartel, con el torso desnudo y un pantalón varios talles más grande. Su ojo izquierdo, reventado. Junto al cadáver había unos borceguíes, una camisa y un reloj que los padres reconocieron: estaba roto y no indicaba ni hora ni día. Era el segundo rastrillaje que se hacía: en el primero, que pasó por ese mismo sitio, no encontraron nada.
Hijo de una ama de casa y un albañil que trabajaba en la construcción de represas, Omar ayudaba a su padre en changas de albañilería. Antes había trabajado cargando y descargando jaulas de pollos durante cuatro años.
Flaco y tímido, Omar nació en Cutral Có donde el viento brama, calla a todos y cuartea la piel. A ese frío quisieron endilgarle la muerte los jefes de la guarnición, pero la autopsia lo echó por tierra. Según los peritajes, alguien colocó el cadáver ahí en los últimos días: Omar había muerto un mes antes.
Los peritos forenses creían que el cuerpo había estado escondido en un lugar seco y oscuro; eso explicaba el proceso de momificación. Que no hubiese sido atacado por perros cimarrones mostraba que no había estado todo el tiempo donde lo encontraron. Que había sido vestido con premura cuando se decidió descartarlo, y por eso el pantalón le quedaba grande, no era suyo. Que Omar había estado desnudo y lo habían matado a golpes: costillas quebradas, un pulmón perforado y un ojo destrozado.
El mismo día del hallazgo, uno de los jefes de la brigada dijo a la prensa que el cuerpo de Carrasco no presentaba signos de violencia y que lo habían encontrado fuera del predio militar.
Para entonces, en la Cámara de Diputados ya corría un proyecto de ley que cambiaba las condiciones de la conscripción: se podría hacer el servicio a los 21 años y no a los 18, elegir la región y contemplaría a objetores de conciencia para quienes por razones filosóficas o religiosas se negaran a usar armas.
Carrasco era evangelista. En los tres días que vivió en el cuartel murió el 6 de marzo de 1994- tuvo un solo amigo. Junto a Juan Sebastián Castro leía la Biblia.
El artículo 702 del Código de justicia militar decía que "el militar que se exceda arbitrariamente en el ejercicio de sus funciones perjudicando a un inferior o que lo maltrate prevalido de su autoridad, será reprimido con sanción disciplinaria o con prisión". Era delito bailar a un soldado, pero era práctica habitual.
A Carrasco el subteniente Ignacio Canevaro lo bailó por lo menos durante 20 minutos. Dos soldados más antiguos, Víctor Salazar y Cristian Suárez, le escondieron el lampazo con el que debía limpiar. Omar era blanco de bullying. Y del militar. Ellos fueron los últimos que lo vieron con vida y fueron detenidos e incomunicados por la justicia militar. La otra, la de todos, estaba en manos del juez Rubén Caro.
Apenas se encontró el cuerpo, Zapala se llenó de miembros de Inteligencia militar: tenían a cargo la investigación paralela a la que dirigía el juez Caro. Martín Balza, el Jefe del Ejército, también viajó.
Entre los 130 soldados a los que le tomó declaración el juez Caro estaba Castro, el amigo de Carrasco. La suya era muy valiosa porque, a diferencia de sus compañeros, declaró desde afuera: se había escapado del cuartel y era el único testigo presencial de la golpiza. Contó cómo vio que tres o cuatro "de verde" le pegaban a su amigo. Entonces el juez suspendió la exposición porque a Castro le dolía un dedo. Así figuraba en el expediente. Por ese dedo fue internado y permaneció aislado.
Por la huida de Castro se libró un oficio. Había un papel que certificaba su deserción. En el caso de Carrasco, nada. Cinco veces declaró un sargento, Carlos Sánchez. En las cinco dijo no tenía idea qué había pasado el 6 de marzo. De regreso de un traslado repentino a Buenos Aires aseguró que los soldados Suárez y Salazar le habían confesado que golpearon a Omar porque Canevaro se los ordenó.
Mientras la investigación avanzaba, las marchas del silencio en Zapala teñían la ciudad con un mutismo perturbador. De los 29 mil habitantes que vivían entonces, 3500 caminaban callados con una bandera: "Omar Octavio Carrasco. No a la impunidad. Sí a la vida".
Los compañeros de Carrasco, pibes de 18 años, presentaban habeas corpus para no volver al cuartel y las denuncias a lo largo de todo el país se multiplicaban. Padres de soldados denunciaban las palizas en los cuarteles.
En la tele, María Laura Santillán recibía en su programa "Causa Común" a Eudoro Palacio. Su hijo Daniel había muerto luego de una golpiza en 1983 mientras cumplía el servicio militar en Campo de Mayo. Desde que fue creado en 1977 y hasta la muerte de Carrasco, en 1994, el Frente Opositor al Servicio Militar Obligatorio (Fosmo) contabilizaba 34 casos de soldados muertos o desaparecidos mientras cumplían el servicio militar. Esos eran los casos que habían tenido difusión en la prensa. La cifra, decían, era muchísimo mayor.
El hocico de Diana no falló. Antes de apuntar al cuartel, la perra pointer de la policía Federal había olfateado las manos y la ropa de Omar. Al principio rumbeó para las afueras del predio, pero de golpe se volvió sobre sus pasos y se detuvo en la puerta de un baño abandonado al que jamás la dejaron entrar. Tampoco acercarse al tanque de agua donde habían encontrado una mancha de sangre. El día de la inspección perdía muchísima más agua de lo habitual. Diana, excitada, corría del tanque al baño.
En agosto de 1994, cinco meses después de que fuera encontrado el cuerpo de Omar, el presidente Carlos Menem, en medio de su campaña para su reelección, firmaba el decreto 1537 que daba de baja la conscripción. Terminaban así casi 100 años de colimba, el servicio que en 1902 había creado el ministro de guerra Pablo Riccheri durante la presidencia de Julio Argentino Roca.
Cuando Menem tomó la decisión el 30% de los adolescentes que debían presentarse al chequeo médico no iban. Oscar Camilión, el ministro de Defensa, admitía en los medios que el Servicio militar obligatorio agonizaba hacía un tiempo, independientemente del impacto que tuvo el caso Carrasco.
La primera autopsia determinó que Carrasco murió por un golpe en el pecho. La segunda encontró infinidad de datos que la refutaban. Pero no estaban en el cuerpo de Omar. La respuesta estaba en el hospital del cuartel donde había sido atendido.
Para cuando el médico legista de la Policía Federal, Alberto Brailovsky lo descubrió, el subteniente Ignacio Canevaro y sus dos soldados, Víctor Salazar y Cristian Suárez, ya habían sido condenados por la Justicia. El 31 de enero de 1996 Canevaro fue condenado a 15 años de prisión, Suárez y Víctor Salazar, a 10. También el sargento Carlos Sánchez, tres años por encubrimiento.
Según el estudio de Brailosky, que se hizo en el marco de la causa por encubrimiento que se conoció como Carrasco II, tras la golpiza Omar vivió entre 48 y 60 horas. Durante ese tiempo fue atendido en el hospital del cuartel y allí estaba la causa de su muerte: un mal diagnóstico y un peor tratamiento.
Recetas adulteradas entre el 6 y el 9 de marzo de 1994 sólo en esas fechas-, médicos que no estaban de guardia pero que visitaron el hospital por patologías menores y hasta una paciente ficticia: una tal María Gómez. Muerto, Omar recibió la antitetánica: en su ficha médica figura que se la dieron el 8 de marzo, dos días después de la fecha oficial de su fallecimiento. La receta se hizo a nombre de Orlando Costa, que fue vacunado varios días después.
Las pastillas de formalina son un poderoso desinfectante y se usan en hospitales. En el del cuartel, entre enero y febrero de 1994, se consumieron 10 pastillas. Sólo en marzo de 1994, 400.
Por el error médico, sostiene Brailovsky en su informe, Omar sufrió una hemorragia interna y una contusión pulmonar que produjo una insuficiencia respiratoria. De haber sido atendido correctamente, Omar hubiese vivido. Su peritaje no fue escuchado en el juicio.
En ese segundo juicio también declaró Rodolfo Correa Belisle. El capitán que pertenecía al Grupo de Artillería 161 contó que el día del rastrillaje vio como un camión unimog se alejaba. Las huellas de los neumáticos llegaban casi hasta el cadáver. Por declarar en la justicia civil, fue pasado a retiro obligatorio.
También se descubrió que entre las 19.30 del 8 de marzo y las 7.30 del 9 de marzo de 1994 el cuartel de Zapala transmitió al Estado Mayor del Ejército 7 Mensajes Militares Conjuntos (MMC). No son usuales y, menos, tantos tan seguidos. No pudo saberse que decían: los textos desaparecieron. En un allanamiento al cuartel hecho en 1999 se comprobó que estaban todos los MMC salvo los de un año: 1994.
En junio de 2005 la causa por encubrimiento prescribió. Los siete militares procesados fueron sobreseídos. Con recursos judiciales, trabaron tanto el proceso judicial que nunca llegaron a realizarse las audiencias públicas.
Ya liberado, Canevaro, además de escribir un libro en el que acusa a los médicos militares del hospital de ser los asesinos de Carrasco, dijo en 2009 en una nota al diario La Mañana de Neuquén: "Había un contexto donde se estaba dando el contrabando de armas, la explosión en la fábrica militar de Río Tercero, la caída de un helicóptero del Ejército en el Campo Argentino de Polo. Yo mismo entregué un cañón que no fue al grupo de artillería sino que apareció en Croacia".
Fuente: Infobae.
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