
“Terminé el colegio y, como en Zapala no había universidad, con mi hermana empezamos a buscar destino para ir a estudiar. Nos enteramos de que en Mendoza la municipalidad de mi ciudad tenía una casa para estudiantes y acá vinimos. Yo sabía, ya de chico, que me iba a dedicar a la comunicación y me inscribí y recibí en la UNCuyo”, resume, y cuenta de su vida en el barrio Santa Ana de Guaymallén, el lugar que hizo propio y en el que vivió lindos y horribles momentos, en dialogo con el diario Los Andes.
Los momentos agradables fueron los compartidos con familias que lo adoptaron como un hijo más, como la de su compañero y amigo de trabajo Emiliano Serrano. De los desagradables, algunos terribles, como cuando el cura de la iglesia de la zona le pidió que dejara de ser parte del equipo de catequistas porque había compañeros y papás a los que sus “modos” molestaban. “Imaginate, soy súper católico, fue muy feo. Me encantaba estar con los chicos, preparar la misa y compartir y me tuve que ir, pero no fue la primera vez que me discriminaron”, cuenta Gonzalito, como lo llaman sus seguidores.
Un par de años antes, en su paso por la escuela técnica de su ciudad (“si, así como ven soy técnico electrónico”), fue como tantos adolescentes argentinos, víctima del más cruel bullying. Sus compañeros hasta lo tiraron por las escaleras. “Tenía dos opciones: me escondía y terminaba depresivo o afrontaba lo que pasaba. Elegí lo segundo y hasta logré ser presidente del centro de estudiantes del cole. Los que se burlaban de mí, después tuvieron que venir a pedirme favores. Nadie te puede atacar por ser como sos. Me podés bancar o no, pero eso no te da derecho a maltratar al otro y mucho menos ser violento”, dice seguro. Ese fue el “clic” que lo hizo no tener más miedo y le dio la fuerza para mostrarse más auténtico que nunca.
“Después vino la etapa de la facu en Mendoza: sin un mango, con mi vieja que nos ayudaba con lo que podía a la distancia, el robo a la casa que nos alquilaba la muni de Zapala, la mudanza a una pensión y otro momento difícil”, detalla. Y explica: “A los dos días de instalarme en la pensión, la dueña me pidió que me fuera porque ella no toleraba ni a los chilenos ni a los gays. Sí, así me lo dijo, y la media hora estaba en la calle, sin lugar adonde ir”.
Con amigos que le hicieron el aguante, algo de dinero ahorrado de lo que juntaba animando cumpleaños infantiles (“era muy bueno, los chicos me copan y me encanta trabajar para ellos”), llegó el momento en el que volvió a Guaymallén a alquilar un cuarto en la casa de una señora. Allí terminó de preparar sus últimas materias.
Titulo bajo el brazo, empezó al camino difícil: llegar a los medios de comunicación. Hizo castings en casi todas las radios de la provincia. No quedó en ninguna. Hizo lo mismo en Canal 7 y tampoco tuvo suerte. Cuando empezó a dar vueltas en su cabeza la idea de volver a Zapala, para ahorrar uno o dos años y así probar suerte en Buenos Aires, apareció una posibilidad. Esta vez en Canal 9 Televida, que buscaba conductor para un programa nuevo. “Había mucha gente probándose, me pidieron que hiciera un copete y que lo repitiera. No encontraba el tono, no me salía la voz, pensé que había perdido mi última chance”, dice.
Obviamente que su presentimiento falló. A los días lo llamaron para decirle que lo querían probar en una dupla con Majo Pérez Comalini (“es la mejor compañera, mi amiga, mi hermana”): la química fluyó y formaron una pareja televisiva que “la rompió”.
Replay se convirtió casi en un clásico del 9 y Gonzalito fue, de a poco, metiéndose en los hogares mendocinos que estaban poco acostumbrados a mirar en la pantalla a un personaje tan histriónico, de voz aguda y que pega saltos y ríe a carcajadas cuando está por presentar una nota.
Canal 9 se convirtió en su casa, pasa casi todo el día ahí. Está tan cómodo que hasta lleva a su mascota, un minisalchicha llamado Salim, por el personaje de la telenovela “El Sultán”. Cuando no sale al aire, produce segmentos o entrevistas. El programa “Cada día” lo tiene al aire dos horas y media de lunes a viernes, con Majo y Coco Gras. Después graba Replay, que sale los domingos durante más de dos horas. Si se suman los minutos de aire, es el hombre que más aparece en esa señal. Lo supera una mujer, la carismática periodista Daniela Galván, que conduce el noticiero del mediodía desde hace años y que se sumó ahora (tras la salida de Cecilia Ranua) a la animación del noticiero de la primera mañana.
Gonzalo logró cumplir algunos de sus sueños, como entrevistar a grandes personalidades. Se fue ganando la confianza de las productoras y consiguió hacer segmentos con su propio estilo. “Antes estaba más medido, no me dejaba ser al aire hasta que me di cuenta de que la gente te quiere ver cómo sos, que no la caretees. La tele cambió. De nada sirve mostrarte diferente. No soy acartonado cuando la cámara se apaga... ¿por qué voy a serlo frente a ella?”, sostiene.
Le quedan otras metas por alcanzar. Sueña con el magazine propio y no va a parar hasta tenerlo. Mientras tanto, y en los pocos ratos libres que le quedan, disfruta de su departamento en el que vive solo. No toma alcohol y casi no come carne. Los fines de semana los aprovecha para ir a caminar al Parque. Dice que ese es su cable a tierra. No le gusta salir a bailar, prefiere juntarse en alguna casa. Una pizza con amigos es su plan favorito. Esos amigos son los que fue acumulando desde que llegó a Mendoza y los que hoy se sorprenden cuando la gente se les acerca para sacarse una foto o hacerle algún comentario, como los que le hacen cada semana cuando va religiosamente al supermercado.
“Si tengo la alacena llena, voy aunque más no sea para buscar helado, mi postre preferido”, relata divertido. Lo toma cuando tiene algún momento para tirarse al sillón a ver tele. Es que el chico de la tele es más común y corriente que cualquiera y cuando no tiene nada que hacer, disfruta de alguna serie en Netflix. “Me gustan “Merlí”, “Sin tetas no hay paraíso” y “La casa de papel”. Si no, veo cualquier otra cosa..."” Es que al chico de la tele, le encanta la tele.
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